miércoles, 5 de enero de 2011

La lucha de clases en EE.UU..


El comentario de Jeffrey Sachs publicado el 27 de diciembre en Huffington Post “America’s Political Class Struggle” (http://huff.to/eSUCt1), es una clamorosa expresión de la desesperanza en que han venido cayendo los sectores más conscientes del pueblo norteamericano. Pero a la vez, una perentoria y pasmosa toma de consciencia, por uno de los más reconocidos intelectuales y analistas sociales de esa nación, del papel de la lucha de clases en las sociedades contemporáneas.

Las expectativas de transformaciones radicales en la sociedad estadounidense alentadas con la elección del presidente Barack Obama entre esos sectores, se han venido esfumando conforme la realpolitik impone su obstinado camino de negociaciones entre bandos. La democracia representativa norteamericana parece así, incapaz de ocuparse debidamente de los desafíos que presentan las confrontaciones entre grupos con intereses colosales engendrados por esa sociedad. El último evento que aparentemente llenó la copa de muchos de esos ciudadanos, fue el acuerdo alcanzado recientemente entre la administración Obama y el congreso para extender por unos años más la exención de impuestos aprobada por George W. Bush a los grandes capitales. Acuerdo a todas luces indecente, si se toma en cuenta la situación fiscal de ese país, endeudado inconmen¬surablemente por rescatar a las grandes empresas quebradas por mala administración.


Para Sachs, el problema del déficit anual de cerca un billón de dólares (un millón de millones) de la administración de ese país, es el resultado de la corrupción política interna y la pérdida de la moral cívica, pero desde un punto de vista crítico al sistema capitalista, el déficit es el resultado de la crisis del sistema de representación polí¬tica, cooptado por los inte¬reses de los grupos económica¬mente más poderosos, e incapa¬citado para ejercer el poder público a favor de los intereses de los grupos mayoritarios pero económicamente desprovistos.


La acción del Estado, imprescindible para el buen funcionamiento de la sociedad, aun cuando siempre ha sido hegemonizada por determinados grupos, jugó hasta hace poco tiempo un papel redistribuidor del excedente socialmente generado. Pero con la creciente demanda del capital por mayores tasas gananciales de sus inversiones, y con la usurpación creciente de sus instituciones y actividades por parte de los representantes del capital en busca de su favor, la actividad del Estado tornó el ejercicio del poder público en un instrumento favorecedor de los intereses del capital y expropiador de los derechos del resto de los ciudadanos. La corrupción y la pérdida de la moral cívica de la sociedad norteamericana que Sachs denuncia no es más que la secuela de ese proceso.


El recurso a la esperanza que ejercita Sachs, en el levantamiento de las clases desposeídas para enderezar la política y hacer justicia en la administración de los recursos públicos, habría sonado dentro del ambiente intelectual de los Estados Unidos, antes de esta crisis, como una expresión tercermundista, como un pobre recurso de ideologización de la realidad. Y, a decir verdad, parece expresar una desesperanza de ciertos sectores de esta sociedad en la capacidad de su sistema institucional representativo de resolver las contradicciones que esta presenta.


Para los que vemos las sociedades actuales como organizaciones regidas por las necesidades de la acumulación creciente de capital, la toma de conciencia sobre la progresiva incapacidad del sistema político y de representación partidista para organizar cabalmente la producción social (en razón a la creciente toma de conciencia de las clases mayoritarias y desposeídas de nuestras sociedades), se hace un ejercicio coherente. Pero para el que no asume esa perspectiva, llegar a esa conclusión por otras vías, seguramente representa una desestructuración de su pensamiento que lo deja desarmado para encontrar soluciones concretas.


Y no es que el apelo a la acción política de las clases pobres y trabajadoras como medio para enmendar la acción del Estado esté equivocado; lo que llama la atención de un analista latinoamericano, curtido en el estudio de sociedades subcapitalizadas, es la ausencia en ese apelo de fórmulas concretas de acción. Para Sachs, el camino que han venido asumiendo las sociedades latinoamericanas comprometidas con transformaciones substanciales en sus estructuras productivas, limitando la lógica del capital y reforzando la lógica política de la democracia ampliada y participativa, es virtualmente impensable. La sociedad capitalista por antonomasia, la sociedad regida de cabo a rabo por la lógica de la tasa de ganancia, la sociedad en la que todo tiene precio y todo se compra y se vende, requerirá una revolución en todas sus estructuras, incluyendo en aquellas mentales de sus analistas, antes de encontrar solucio¬nes rea¬les, consistentes con los fundamentos originarios de la crisis.


Aún imaginando el escenario más favorable, que la administración Obama tuviera claro estos orígenes; las relaciones políticas, las instituciones derivadas, la cultura política del ciudadano medio y la conducción de la opinión pública por un sistema de medios de comunicación dominado por el gran capital hacen, todos esos factores, virtualmente imposible un gobierno que lleve a cabo las reformas legales, administrativas y de política económica necesarias para abrir las compuertas a las presiones estructurales de la sociedad estadounidense, y dar paso a una transformación social sustantiva.

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